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PSICOLOGÍA (1º Bachillerato). IES Santa Eulalia

Interpretación de los sueños

En muchas culturas se atribuye un valor profético al sueño, concebido como un mensaje cifrado que es necesario desentrañar. Encontramos esta creencia, por ejemplo, en la Biblia (donde José interpreta los sueños de Faraón: Génesis 41:1-36). En Grecia la oniromancia fue una actividad habitual: conservamos un manual de interpretación de sueños, el de Artemidoro, del siglo II d.C.

A principios del siglo XX, Sigmund Freud retoma la cuestión desde una perspectiva racionalista con su Interpretación de los sueños (1900). Esta obra se convirtió en uno de los libros que más influencia tuvo en el siglo XX. Al principio tropezó con una enconada resistencia, pero para comprender este fenómeno debemos tener en cuenta que el psicoanálisis representaba un enorme reto para la tradición occidental. Los trabajos de Freud volvían la atención precisamente hacia lo que hasta entonces se reservaba a las zonas marginales del ser humano: la irracionalidad y el sexo. Se advierte así que el inconsciente -y no la conciencia- era la parte de nuestra psique que ordenaba todo nuestro pensar y sentir. Según sus palabras: "El yo no es el señor de su propia casa". El análisis de los sueños es para él la via regia de acceso al inconsciente. Los psicoanalistas posteriores, ortodoxos o no, persistieron y persisten en este posicionamiento. Para el psicoanálisis es importante distinguir en los sueños el contenido manifiesto y el contenido latente.

El contenido manifiesto de los sueños es la historia o sucesos tal como el soñante los vive, es un material elaborado a partir de los deseos y experiencias reprimidas mediante los distintos procesos de elaboración onírica. El contenido manifiesto no se encuentra en el nivel del significado sino del símbolo.

El contenido latente es el significado verdadero del sueño, el psicoanalista se esfuerza por interpretar el contenido manifiesto del sueño que el paciente le relata, para revelar el contenido latente, su significado.

Desde una perspectiva distinta a la terapeútica, el surrealismo preconiza también la observación de los sueños. Las revistas del movimiento ponen de moda la anotación de las fantasías nocturnas. En su obra Los vasos comunicantes (1932), André Breton expone su visión del fenómeno y, al mismo tiempo que reconoce la aportación de Freud, polemiza con él por encontrarla insuficiente.

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